A alguien en este mundo, estos años, yo inspiré en sueños: La última palabra para amar es amor, pues la primera fue siempre JUSTICIA

"La rebelión es mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos" Alejandra Pizarnik-en esta vida

"Solo veo rosas" Alejandra Pizarnik-más allá de esta vida-

Solo soy pura rebelión, vino a decir... aunque no sola estás

Vos no está sola. Y esta rebelión se hará. Y no desde la soledad. No desde cuatro gatos somos y por eso nos pisotean. ¡Una ola de Rebelión vendrá que tambaleará los cimientos podridos de estas sociedades!

jueves, 1 de julio de 2010

Esas células rebeldes que se niegan a suicidarse

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A 2010 pienso en términos estrictamente humanos esto de la apoptosis o suicidio de las células. No está en sus, digamos nuestros, planes ni siquiera el morir, ¿cómo lo estaría el suicidarnos? Desde fuera nos lo imponen: el organismo pluricelular o el organismo plurisocial.

¿Y si nos resistimos a ese plan ciego, si por muchos pactado, si nos resistimos, yo desde mis dieciséis años hasta mis 59, tú desde entonces o antes Alejandra (quien no sepa a quién me dirijo, me lea) y sólo alcanzaste a resistir hasta tus 36? ¿Qué cáncer, o ataque parecido, a la vida pluricelular sobrevendría y esta vez sobre el cuerpo plurisocial, de negarnos a cumplir como idiotas el plan de apoptosis o suicidio impuesto, muerte impuesta desde fuera? ¿Sobrevendría cáncer alguno, ni siquiera al cuerpo pluricelular, de rebelarse esas células sobre las que recae el terrible mandato tal como sobre Abraham el que se deshiciese de su hijo para contentar a un dios sádico que sólo jugaba con él a ver hasta dónde era capaz de llevar su anodina obediencia? ¿Salvarán siquiera al cuerpo multicelular de cánceres posibles u otras mortales enfermedades o minusvalías el que se suiciden ciertas células a la orden del ciego “plan general”?

-Vais a tener que asesinarme –díganse, al menos, las células del cuerpo social, personas a las que no se nos ofrece otra viabilidad en nuestras sociedades que ésa, la de morir a beneficio de la generalidad tal como reza en todos sus criminales códigos desde militares a religiosos- Tendréis que asesinarme o pringar con la acción de matarme vosotros, integrantes del ciego o anodino plan.

Palabras, las anteriores, que hubiese debido dirigir Abraham a su dios sanguinario. Quizá el único medio de curar el cáncer, todos los cánceres (El cáncer visto como lo que es: el mismo principio nocivo, golpee en el órgano que golpee. No como ahora se ve o estudia: cada cáncer como una enfermedad distinta sólo porque ataca allá en el órgano que se le planta) fuese el que las defensas del cuerpo no se pasasen de listas induciendo apoptosis en células que ellas captan proclives al desarreglo de la loca división celular sin propósito. Quizá esas células así acorraladas y así dictaminada su sentencia antes de cometer ellas el crimen contra el anodino plan general del cuerpo, quizá sean ellas las únicas inteligentes de todo el organismo, las únicas que aciertan a cumplir con el plan primero de todo bíos: desconocer la muerte llevando a efectivo el anhelo de inmortalidad. Dícese de ellas que su anormalidad y consiguiente expresión del mal que de ello se acarreará, consiste en olvidar “su especialidad”. Olvidan por completo que son células estomacales, pulmonares, o del tejido que fueren, cambiando esa memoria por un loco despeñarse por el efecto pleyotrópico del venga a reproducirse actuado como su sempiterna supervivencia (Por ahí, en los centros de investigación del cáncer, existen células que mataron a una mujer de eso, células de esa mujer después de ella muerta hace cien años, todavía vivas)

Y del principio del cáncer… ¿Remedio obtendréis con el que curar la vida? No únicamente remedio a él mismo visto como agente de mortalidad. Ellas, las células cancerígenas, olvidan y hacen muy bien en olvidar, qué es ser célula estomacal, célula pulmonar, etc. Lo único que hacen mal es realizarse como sus ancestros: dividirse y dividirse ¿hasta tapizar de células todo el firmamento? Siempre que encontrasen un nutriente, vaya que si serían capaces. Ellas pierden la memoria de su mema especialidad (Si algo o alguien las enseñase a ser como la red pensante de las neuronas: a no dividirse) y hacen bien, he dicho. Si existe una vida inmortal, no la veo para nada basada en órganos tales como nuestras vísceras y sí en capacitadas redes neuronales que hubiesen aprendido a nutrirse de su medio con sus especializadas raíces -tal como las plantas- dendritas axones.

¿Tendría, entonces, esta vida inmortal el feísimo aspecto de un circuito electrónico tal que las tripas de los ordenadores? No necesariamente, si ni siquiera los ordenadores tienen por su morfología sus propias tripas sino las que el diseño les adjunta. ¿Seríamos algo así como esa memoria informática en la que el físico Tipler basó su inmortalidad vista desde la física que más pareció a vista informática y de ecuaciones de Einstein que si algo tienen las pobres, como casi todas las ecuaciones de la física, es que les trae bastante al fresco eso de la vida con aquello de que están sobre la química, o la física es la entera explicación a la misma, cuando ni soñaron jamás realizar ni el más mínimo de sus milagros? Creo que la forma no es otra cosa que un fenómeno emergente, o un “se da por añadidura”, que diría Cristo, de “evolución” más profunda o física-química de más calado. Algo de lo más convergente con la verdadera humana evolución descrita por la doctora Anne Dambricourt y su esfenoides -hueso mariposilla visto en la frente de mi sueño de adolescencia- huesecillo y su diferente disposición en la base del cráneo posibilitando no sólo una morfología distinta del entero esqueleto sino un cerebro, corteza cerebral, más desarrollados. Uno acompañando a lo otro; pero su efecto de más calado es un mejor y mayor cerebro, de lo cual, lo otro, cuerpo diferente, es una añadidura correcta.
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