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Es necesario un solo polo
y dejarnos de titanes.
Alabando a Atlas su esfuerzo.
Es necesario un solo polo, alabado centriolo, no dividirse en dos.
Si el núcleo de la célula no tuviese dos polos y ásteres dedos por y a donde emigrar sus cromosomas homólogos, éstos ni se repelerían necesitando para lo mismo de esas dos direcciones…
Aunque quizá sean ellos, cromosomas, los que dirigen la obra desde su posición central y los centriolos no son más que la batuta en sus manos, cromátidas. Ellos sean los autores-actores que escriben la obra mientras se desarrolla, escriben la obra, incesante copia de sí, como lo que hacemos cuantos escribimos: siempre enjugándonos rostro ensangrentado o rostro placentero en las mismas palabras o evolución de ellas, siempre a la busca de ese fondo jamás apresado que es nuestra esencia última, nuestra íntima esencia.
Mas ellos, los cromosomas, quizá también nuestras almas=mentes, guardan un parecido asombroso con ese dios de judíos y moros: Basan la inmortalidad en una continuidad sin fin de muertes que quieren nacimientos. Asimismo, éste es el pobre concepto que tienen de la vida, la mística y la biología: Muerte tras muerte que quieren rostros nuevos.
¿Qué busca la vida repitiéndose y repitiéndose, quizá un paso alzando después de miles y miles de millones de idénticas repeticiones, un paso alzando que la evoluciona por miles de pasos que la degradan, mutaciones casi siempre mortales para el corpus mutante, célula o ser? ¿Llegará a encontrar la vida lo que busca, ese estado perfecto del que nació: vida para siempre que no contempla la muerte más que como fallos externos a lo que ella misma es? ¿Y cuándo estaremos capacitados para ayudarla en esta búsqueda, si la sempiterna muerte siempre desterrada de todas nuestras conversaciones escritos, es en el fondo lo único en lo que creemos ya que nos aplasta con el peso de su poder, y ello, poder, despierta los más rastreros instintos serviles de los que esta especie fue dotada?
Alabo a Atlas por su esfuerzo titánico
de sustentar el mundo
convirtiéndose en eje de él,
casi como el único centriolo-titán
que pedimos aquí para las células,
centriolo que use de ese ángulo recto
en que fue concebido
para anular distintas direcciones,
dimensiones que le vienen extras.
Alabo a Atlas…
Aunque a los dioses sumerios
que separaron el Cielo de la Tierra
¿Podríamos acaso distinguirlos
de no existir esa separación?
Dioses eran esos hombres de Súmer,
supervivientes atlantes de un mundo anterior;
dioses fueron al inventar la escritura,
o legárnosla,
-lapis salvado de las aguas de aquella terrible inundación-
dándonos con ello la posibilidad de expresarnos.
Dioses eran esos hombres que concibieron lo existente
como una montaña de la que todo procedía,
igual que los egipcios,
-otros supervivientes-
bien por ascensión bien por descenso,
como los genes que se expresan para formarnos:
montaña en ascensión,
por los que nos diluyen en el barro de su descenso,
trampas del bíos,
genes destrucción
que muestran lo descontenta de la vida
en su búsqueda y proyecto de reproducir en organismos superiores
la prima esencia de la que ella nació:
vida que no contempla muerte.
Montaña de la herencia genética
por la que el yo escala o cae de las nubes.
Montaña, ese ombligo del mundo,
que une de atrevido beso
el Arriba y Abajo,
Cielos Tierra,
de la Criatura ante su espejo:
Dios del otro lado del azogue
por el hombre de aquí.
Esa Entidad que no hubiera podido dividirse
o diferenciarse en dos
de no ser por Atlas, atlantes y sumerios,
aquellos Prometeos que sacaran de la nada la escritura
para, donándonosla, y entonces la memoria,
permitir la diferencia que del Dios origen nos separa
a la vez que nos convierte en Dios.
Dos, solo dos centriolos,
que uno son en su ángulo recto,
no dos polos nucleares, cuatro centriolos entonces,
dos núcleos, pues; dos células, etc. etc. etc.
Solo dos centriolos,
¡y sin reproducirse en cuatro!
cada uno de ellos sacando una copia de sí,
envolver las cromátidas con su tupido velo de filamentos
sin dejar que se conviertan en dos núcleos, dos células
etc. etc. etc.
Sin retraer de nuevo sobre ellos mismos
esos ásteres dedos de tubulina que los conectan,
inducir una estasis éxtasis
de mayestáticas –estáticas- consecuencias,
reproduciendo, ¡por fin!, la vida ese lugar, momento,
de que nació y para lo que, que busca y busca
sin alcanzar a repetirlo
en ninguno de cuantos numerosos organismos se diferenció
de cuantas sin cuento especies.
A 2010 pienso…
lo que ya sabía entonces,
¡y no sé cómo tuve la cobardía de no aplicar a mi hermana
cuando la quimioterapia más criminal que el cáncer la asesinó!,
sigo pensando que hay una colchicina (hoy utilizada como anticancerígeno) o azafrán de los prados -planta a la que dedicaré más atención en este libro- que logra precisamente esto por lo que abogábamos aquí: detención de la mitosis en anafase, ¿ese estado o lugar que busca y busca la vida sin saber proporcionárselo a sí? O ¿ese estado catastrófico como quiere la biología que es la amitosis: muerte celular, muerte de los organismos que componen éstas? Pues si es muerte, como todo lo es, espero poder aplicármela a mí misma: sea esa la eutanasia que yo me proporcione cuando definitivamente sepa que es imposible seguir aquí, que es imposible intentar y volver a intentarlo llegar a parte alguna que sea buena con ninguno de los que alegremente a sí mismos se dicen seres humanos.
Como veneno es mágico, tomado en dosis no terapéuticas este, tan precioso como su pariente azafrán a secas, azafrán de los prados, te mata por parálisis respiratoria. Simplemente dejas de respirar, que eso es la muerte, o eso es el suicidio según alguna de mis canciones: “Y si no respira/ es que se suicida” http://eccehomosexual.blogspot.com/2010/02/amor-odontologo.html
Y del aire de aquí, pasamos a “la luz que se respira”, que dijo la norteamericana que regresó de una muerte clínica, le había sucedido en un Otro Mundo en el que estuvo.
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